En 1933, cuando la arquitectura racionalista se
halla en su cénit, se produce un súbito paro que puede considerarse crítico en
la evolución del quehacer edilicio. La absoluta geometría, la pureza de formas
abstractas y la lógica constructiva que tanto entusiasmo provocó entre sus elaboradores
no llegó a calar en el fondo de la sensibilidad de sus contemporáneos. Por otra
parte la desconfianza del gran capital hacia las nuevas aventuras impidió que
se llevasen a cabo grandes programas de reforma edilicia y urbanística que
hubiesen convencido con la fuerza de su verdad a los hombres de su tiempo.
En esta situación la crisis creadora provocada por
los regímenes totalitarios europeos y él estallido de la Segunda Guerra Mundial
detienen toda actividad constructora. La continuidad de la obra arquitectónica
se desarrollará en América, donde la joven sociedad, ávida de novedades,
aceptará de buen grado el caudal creativo que llegaba de Europa. Pero en
América se había ido desarrollando una arquitectura también nueva, absolutamente
moderna, pero menos intelectual que la europea.
Es la arquitectura orgánica. Ésta toma al hombre
como referencia constante, pero no para ordenar medidas, como hiciera LE CORBUSIER,
sino en un sentido más individual, quizás más directo y más poético.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario